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♪�Con lo pequeno que es el tiempo, quien recogera el perdido? ♫ ... Deja que te cuide las alas, tus alas... ♪ Deja que te acompane, no es momento de estar sola... ♫


El señor ángel miraba entre sus dedos la muchacha sonriente. La miraba ausente, como un perfil entre la lluvia. Miraba sus pasos de plata, su mirada ausente y sepia, mientras el ocaso le paseaba alrededor.
Si ella supiera que puede verla usted señor Ángel silencioso, si tuviera la certeza de sus ojos, tanta lágrima invisible sería historia y toda esta agonía un largo sueño de una noche de invierno. Si ella lo supiera, ay Ángel…
Pero en vista de tanto imposible, el señor ángel la observa con su bella tristeza, con su voz vaga atravesando un alféizar. Y la observa mientras pasa…

Y la dama taciturna, juguetea con sus recuerdos a la sombra. Tras los pasos de un trancón inútil, de un compromiso lejano y de un reloj atafagado de un tiempo pequeño, por los juegos de la memoria de un ausente.
Ella pasa y piensa en el ángel que no sabe que la ha visto. Roza sus dedos en el aire, y un piano con presencia de fantasma se agolpa en su mente. Tal vez ella sepa que él está allí, tal vez sepa que esto sólo es un mal sueño. Que abrirá los ojos a un nuevo cielo, donde empieza a amanecer.
Pero ella sabe que es mentira, o que la verdad al menos es ilusión, o algún verso tardío.

Y de repente la noche se viene, ella de golpe despierta, y el ángel yace ante ella. Duerme ante ese templo de lágrima y madera, de música y deshoras, y un tanto de luto a su lado. Los ángeles cantan en silencio. Y dicen que les gusta dejar su sonrisa impregnada de amaneceres sobre los vestigios de algunas glorias, que cuando ríen suena música y cuando cantan, ciertos versos se ahuyentarán y otros ante su presencia… se cansarán de cantar…




Y en silencio se desvanecen...


Traes en los ojos una auténtica multitud errante. Le escapas a un recuerdo (o a tantos) del cual buscas ecos siempre. Sí, los has encontrado en los días; en poemas; en brumas viajeras; a veces en cabellos oscuros; en dedos sobre teclas de piano y a veces aquí, en el centro de mis labios, así no los hayas tocado, ni en sueño errante, ni en algún deseo equivocado.

Puedo verte bien. Traes los ojos brillantes de ver tantas sombras; las personas somos tan sólo reflejos de tu memoria. Buscas aquí lo que un día viste desvanecer palpándolo.

Y yo,
de pie,
y aquí,
soy tan sólo un eco más de los retazos de tu invisible historia.
Mírame aquí,
ante ti
y danzo a tu nombre como una sombra.

A veces, cuando de repente percibes estre brillo enardecido sobre mis ojos, te escabulles entre sonidos turbios y aguas para chocolate.

A veces, a veces lo sé tanto...
Sé, como sabes que sé que no soy más que ello: La muda sombra. Un ensueño tenue, una amiga dulce y si acaso una voz suave en el interludio de tus diálogos de remebranzas: La luz azul de una pintura de Rembrandt.

A veces, también, vuelves a verme y sueltas algunas letras, mientras te sobresaltas. Un silencio turbio precede la instancia y mi silueta de nuevo se torna esquiva, de nuevo brota la sombra instantánea.

Huye pues, no soy quien para retener tu memoria. Pronto verás con claridad lo que aquí reposa.

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